10 de abril de 2019

10 de abril de 2019 - 1 comentario

IX Premio al Mérito Gastronómico

Llegó el gran día porque, si hay jornadas especiales en la ya dilatada vida de la República, una de ellas, sin duda, es la entrega del Premio al Mérito Gastronómico. Hoy ya sí puedo contarlo porque el Antonio Reyes, jefe de cocina del Restaurante La Cepa Montillana, es el nuevo rey de los fogones en Brácana. El pasado martes tuvo lugar la entrega del cucharón de madera que le convierte durante un año en envidia la bon vivant, al menos en el plano gastronómico.


No está de mal recordar una vez más la idea de este nombramiento. Va ya casi para una década, que mis compinches decidieron rendir homenaje a las personas que trabajan de manera anónima la mayoría de las veces, para que todos saciemos el apetito con los mejores manjares. Digo esto, como ya he repetido en más de una ocasión, porque todos, cuando vamos a algún restaurante, siempre acabamos felicitando al camarero, pero en contadas ocasiones a la persona encargada de cocinar los platos que salen desde la cocina. Bajo esta noble premisa, mis compinches decidieron otorgar el I Premio al Mérito Gastronómico al América, que sigue siendo hoy por hoy el cocinero honorífico de la República, como garante anual del relevo del cucharón. Como digo, al menos una vez al año, en Brácana comparten mesa, que no mantel porque no hay, con el chef premiado, sacándolo de sus labores diarias para participar, como uno más, de los jueves - en este caso martes- bracaneros.
Como digo el nuevo Premio al Mérito Gastronómico, por méritos propios y por unanimidad bracanera es Antonio Reyes.


Ya estuvo en la sede hace algunas semanas en la sede, acompañado de su hermano Rubén. Este último no pudo estar en Brácana el martes, pero su lugar lo ocupó el Cristóbal Carnenero, otro fenómeno de la cocina, derrochando profesionalidad, igual que el Antonio, desde que cruzaron el umbral de la puerta hasta que abandonaron Brácana. Ambos prometieron su cargo de embajador, uniéndose a la extensa lista de personas que ya sabe que pa' vivir así de bien, es mejor no morirse. La historia del local que regenta el Antonio Reyes es llamativa, porque no es natural de Montilla, sino de Montemayor. Desde allí, donde ya tuvo otras experiencias en el ámbito de la hostelería, decidió emprender esta nueva experiencia, que poco a poco se ha abierto un hueco en en la agenda gastronómica de la comarca.


Bueno, también he de reconocer que mis colegas tienen la cara como el cemento armado. A costa de hacer entrega del premio -que ya digo tiene un noble origen- se ponen hasta las cejas con los conocimientos del premiado. Esta vez no fue una excepción. A partir de aquí recomiendo que no sigáis leyendo si tenéis el estómago vacío. Como entrante Cecina de León con mousse de foie micuit. Para seguir Bacalao con crema de boletus y trufa negra. Para continuar un Lechazo de Aranda de Duero y, para cerrar, Helado al Pedro Ximénez.
Así, escrito en unas líneas, puede parecer poca cosa, pero la cara del personal, yo que podía verlas desde la máquina del aire acondicionado, era un todo un poema. A alguno incluso se le saltaron las lágrimas de alegría. Otros, como el propio Ministro de Alimentación, razonaba con gesto compungido que su carrera profesional entre fogones iba destinada tras el homenaje a gastronómico al gremio de la construcción.


Tampoco estuvo mal la cosa de vinos porque, tales manjares, merecen ser regados con lo mejor de la tierra: Tres Miradas y Fino Capataz Solera de la Casa. Vamos, lo que viene a ser no dejar al azar ningún detalle. Puesto a ello, no podía faltar en una noche tan especial el premio saliente, el Paco Gómez, entregando los atributos propios del cargo al premio entrante, ni tampoco el América.
Qué os voy a contar, si es que son mi familia. Después de tantos jueves los echo más de menos cuando no los veo que a Brigis (algún día ahondaré en este nostálgico tema).


Dos cosas más antes de cerrar esta crónica y ambas son agradecimientos al chef premiado y a el Cristóbal. La primera que ninguno de los platos tuvo como protagonista ningún ave (así me ahorro nudos en la garganta al escribir). La segunda a Antonio Reyes, un fenómeno en la cocina, pero también en el no menos importante arte del alterne. Él sabe bien que ha ganado un sitio para despejarse cualquier jueves y también nuevos colegas.


Noche de reencuentros

En el transcurso de la pasada Tertulia, la República de Brácana recibió sus últimos embajadores del mes de marzo porque, la semana que viene, hay cita importante con la entrega del noveno Premio al Mérito Gastronómico. En realidad, ha sido un anticipo de lo que espera dentro de siete días porque la jatería brilló sobremanera en la noche del pasado jueves.


Volvía a la escena del crimen el Manolo Cano, acompañado, como no, por el Kichi. Por lo que había oído en semanas anteriores, eran los dos únicos invitados. Por ello mi sorpresa fue mayúscula cuando entraron por la puerta, antes incluso que los dos personajes citados anteriormente, el Juan José, embajador veterano de la República, con dos caras nuevas que tarde en conocer: el Víctor Moreno y el Rafa Contreras. Estos tres últimos operan profesionalmente en La Rentilla, almazara montillana dedicada a la producción de aceite oliva. De todos ellos, el Rafa Contreras me pareció un tipo más tranquilo, al menos así lo percibí yo. No obstante, el Víctor, pontanés de nacimiento, es otro boina verde que hizo buenas migas con el personal, participando incluso del ambiente bracanero como si fuera un miembro más de la República.


Todos ellos derrocharon buen rollo a lo largo de la noche, aunque me vais a permitir que esta semana vuelva a detenerme en el Manolo Cano y la razón de su vuelta a Brácana. En su toma de posesión como embajador, ya rompió todos los moldes erigiéndose en protagonista de la noche. Pues bien, esta vez no fue una excepción. Codo con codo con su colega Pepiño -léase el Ministro de Alimentación- de nuevo apareció en la sede con elementos gastronómicos para resistir una guerra nuclear. Por su fiera poco, los otros embajadores también aportaron tapitas para los entrantes a base de bien: jamón, queso, tocino de veta y otras tonterías por el estilo que derriten al personal, ahogándolos en su propia saliva. Solventado el trámite de los aperitivos, que por cierto, cada semana son más abundantes, entraron al fondo de la cuestión. Primero se zamparon una cazuela andaluza con habas para cerrar la noche con una carrillada en salsa. Y es que allí el menú que más se aproxima al de un vegano es comerse un ñu relleno de pajaritos.


Todo esto que cuento, estuvo pertinentemente regado con sendos bag in box de Fino Corredera que aportó el Kichi. Puede parecer una cantidad importante pero, como podéis imaginar, cayeron, obligando a echar mano, una semana más del barril de C.B.
Dos cosas más antes de despedirme. Bueno, en realidad tres. La primera que el presidente de la República de ausentó una noche más por motivos de enfermedad familiar. La segunda que la semana que viene le meten mano otra vez a el Silencioso. Ya quisiera él que fue un buen pibón, pero no. Le toca pasar de nuevo por quirófano para arreglar una hernia. Así que lo mismo causa baja en las próximas semanas. Y la última es que no perdonaron los digestivos de rigor, incluso repitiendo en algunos casos que prefiero no recordar. Había que ver a más de uno, Avenida de María Auxiliadora arriba, desafiando la física y, lo que más importante, destrozando la ley de la gravedad