13 de agosto de 2014

13 de agosto de 2014 - Sin comentarios

Tragicomedia en cuatro actos

Las vacaciones veraniegas del año 2014 están teniendo una actividad frenética en Brácana, a pesar de las bajas contabilizadas jueves a jueves. De hecho, la pasada semana fueron tres los nuevos embajadores que llegaron hasta la sede, acompañados de un cicerone de tronío como el Chuchi. Después de asimilar todo lo ocurrido, llegué al limbo cansado y rumiando todas las anécdotas escuchadas, sin saber muy bien cómo meterle mano para contarlo aquí. En ello andaba, cuando un recién llegado me sirvió de fuente de inspiración. El individuo en cuestión era el Álex Angulo que lleva un par de días por aquí, buscando acomodo. Al ponerlo al corriente de toda la historia, me aconsejó escribir una tragicomedia en cuatro actos, así que es lo que hoy me dispongo a hacer, con algunas licencias, emulando a los grandes del siglo de oro. Al ataquerrrrrr......


Acto Primero - Asuntos turbios
Languidecía la tarde por los montes bracaneros, cuando la siniestra figura de tres secuaces de dudosa reputación se proyectó sobre la blanca pared. Portaban bultos sospechosos, bolsas, garrafas y otros menesteres, que hicieron sospechar al alguacil Punselito. Sin duda algo turbio se preparaba en aquel barrio. Conocedor de las fechorías que podían llegar a acometerse en la Posada de Brácana, en una noche calurosa de jueves, se apostó contra un árbol, llegando a reconocer las caras de aquellos pájaros. La presencia en las inmediaciones de el Francisco Ruiz Llorón, el Antonio Hidalgo Cara ancha y el Antonio Salas Chuchi, hizo erizar el bello de la nuca del alguacil Punselito. Dispuesto a cortar de raíz cualquier posible fechoría, les dio alcance justo en el límite fronterizo entre Montilla y la República.
- Bonita noche para pasear ¿verdad? preguntó Punselito.
- Para pasear algo calurosa, pero para comer y beber vino es cojonuda, respondió el Chuchi.
- ¿Qué lleváis en las bolsas?
- Jatería de la güena, fino en rama y algunas otras exquisiteces gastronómicas, argumentó el Llorón.
- ¿Con algún destino en particular? siguió demandando Punselito.
- Pues sí. Nos dirigimos a la Posada de Brácana, donde esta noche vamos a participar en un extraño rito de iniciación, mediante el cual nos convertiremos en embajadores de la República, explicó el Cara Ancha.
Extrañado y admirado por la frialdad en las respuestas, Punselito relajó los nervios.
- ¿Venís solos? volvió a preguntar el alguacil.
- De momento sí, aunque más adelante se incorporará el Álex López ¿A qué viene tanta pregunta, me cago en tó lo que verdea? gritó el Chuchi.
Aquella salida dejó a Punselito dudando un momento, hasta que encontró la salida perfecta:
- Yo también quiero ser ciudadano de la República ¿Cómo puedo hacerlo?


Acto segundo. La jatería
El interior de la Posada de Brácana resultó ser más acogedor de lo que cabía esperar. Punselito esperaba un lugar oscuro, lleno de rufianes, pero dentro encontró un ambiente luminoso, jovial, con nueve parroquianos que amenizaban la reunión con los diálogos más surrealistas. Según pudo escuchar, para el rito de iniciación de los nuevos embajadores faltaban otros dos, que se hacían llamar el Maestro y el Abertxale. El primero andaba recorriendo mundo, mientras que el segundo había acudido a un festival de música. El Llorón, el Chuchi y el Cara Ancha no tardaron en poner sobre la mesa todos los manjares que habían levantado las sospechas de Punselito, al pensar que se trataba de algún tipo de contrabando. Unos golpes sobre la barra alertaron de la presencia de la comida, al tiempo que uno de los lugareños, el Pepeluí para más señas, plantaba sendos platos de tomate, queso y langostinos, acompañados de vino fino de la bodega de el Llorón. A pesar de su condición de agente de la ley, Punselito acabó por entregarse al canto de sirena del líquido elemento, integrándose en el grupo hasta caer engatusado por los vapores de la jarrilla que iba y venía con frenesí. En ello estaba cuando vio llegar hasta la barra, de nuevo acompasado por golpes, varias raciones de pajaritos de huerta. El sabor de los pimientos propició un nuevo arrebato de trasiego de vino, hasta acabar con el fino de el Llorón y echar mano de un nuevo vino que llamaron de la Eladia. Mientras, en una macetilla de barro, el Chuchi preparaba un mejunje al que Punselito atribuyó propiedades mágicas, teniendo en cuenta las alabanzas que recibía por parte del personal. La pócima en cuestión resultó ser un picaillo campero, a base de productos de huerta, con el que el Alguacil acabó por entregarse a las virtudes de la República, vendiendo su alma al mismísimo belcebú.


Acto tercero. El ritual
La llegada de el Álex a la Posada dio paso a uno de los momentos más enigmáticos de la noche. Punselito comenzó a oir la palabra ritual en repetidas ocasiones, esperando la salida de una cabra y un maestro de ceremonias, dispuesto a rebanar el pescuezo del animal, para ofrecérselo al diablo. En lugar de ello, cada uno de los nuevos embajadores fue pasando por un atril, dispuesto junto a un cachón de botas, para jurar fidelidad y discreción con la República de Brácana. Pasado el trance, no sin sorna por parte de embajadores y parroquianos, la Posada estalló en un universo multicolor de anécdotas, chascarrillos y ambiente vivaz. El Chuchi y el Cara Ancha se arrancaron a cantar flamenco, mientras que el Álex se esfrascaba en una disputa dialéctica sobre algunas organizaciones masónicas que operan en la vecina ciudad de Montilla. Punselito no podía creer el espectáculo del que era partícipe. Le importaba un bledo lo que ocurriera en el exterior. Durante un momento había olvidado los robos, crímenes o atracos que pudieran estar acometiéndose en los alrededores de los Montes Bracaneros, lugar habitual de todo tipo de fechorías ¡Al diablo con la ronda nocturna! Se sentía ciudadano de la República y, como había jurado, ya rendía fidelidad y pleitesía al Estado.


Acto cuarto. Final
El vino comenzaba a nublar la mente de Punselito cuando la taberna comenzó a despoblarse. A pesar de ello, todavía tuvo tiempo para observar cómo preparaban unos extraños brebajes, de los más diversos colores, que fueron recibidos con vítores y algarabía. Los pelotassos, como ellos mismo los llamaban, acabaron por desatar la euforia, dando paso a una nueva tanda de chistes y anécdotas. Así se fue apagando la llama de la Posada, que poco a poco fue volviéndose calma tras la tempestad. Aturdido, Punselito salio dando tumbos hasta dar a parar en los Montes Bracaneros. Allí amaneció, tumbado al amparo de una palmera, sin saber bien si todo lo ocurrido formaba parte de un sueño o de la misma realidad que, por unas horas, le hizo olvidar quién era.


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