25 de noviembre de 2019

25 de noviembre de 2019 - Sin comentarios

Ya todos los exilios fueran así

Según refleja el Diccionario de la Real Academia Española (por el que también se rige Brácana hasta que se termina de redactar el DRAB -Diccionario de la Republicana Academia Bracanera), exilio se define, en su primera acepción, como Separación de una persona de la tierra en que vive. Tomado esto en sentido literal, el pueblo bracanero ha comenzado el mes de abril en el exilio.


Aunque son gente a la que le cuesta salir de sus tierras, cuando hay vino, comida y buen rollo por medio, siempre hacen un poder, como se dice por estas tierras. Además, como también son gente agradecida, tienen a bien no negarse jamás a un invitación, en la que estos tres elementos estén presentes. Desde finales de noviembre del año pasado andaba rumiándose un exilio voluntario puntual al Ducado de Adamuz que, por fin, se ha hecho efectivo. Habría que remontarse muy atrás en el tiempo para seguir el linaje de esta noble familia, de residencia en Montilla, que tiene sus posesiones más allá de las fronteras de la localidad de la Campiña. No cuentan con castillo, ni tienen entre sus cometidos asegurar la autoridad militar o política de la zona... pero cuentan con una bodeguita. Para mis colegas, esto es razón más que suficiente para entablar un relación diplomática -me da además que va para largo-.


Por ello, tras el primer encuentro celebrado en Brácana, para establecer acuerdos que trasciendan en el tiempo, tocaba devolver visita. Una vez más, en su momento se pasaron por el forro una de las máximas bracaneras para los invitados, como irse de la sede sin hablar (Cuando sos vayáis no mos habléis). Pero, como por encima de todo son gente de palabra, el jueves plantaron pie en el citado Ducado, junto a nobles no menos distinguidos como el Manolo Ceballos, el Pichichi, el Vicente Marqués y el Kichi (que sigue sin perderse una). Son nobles como digo, gente de fiar, embajadores de Brácana, pero peligrosos en un sarao como una piraña en un bidet.


Allí esperaban el Duque de Adamuz (léase Pepe Adamuz padre) y sus vástagos, el Antonio y el Juan. El primero de ellos aseguró nada más llegar, que por razones que aún no ha logrado descifrar, no acabó de entender la idiosincracia bracanera en la primera visita. Así que él y su hermano, pusieron de su parte durante toda la noche, para agasajar al personal con los mejores vinos y las mejores viandas. Porque si de algo saben en el Ducado de Adamuz es de esto. De comer y beber, que en definitiva suman un porcentaje importante del verbo disfrutar. El Duque de Adamuz daba así su brazo a tocer, accediendo a regañadientes a devolver la visita (y ya van tres) en el futuro, mientras repasaron chisnacles antiguos de la vecina Ciudad de Montilla.


Entre tanto, en los fogones de la cocina bullían carrilladas, pulpos y otros menestares culinarios, mientras un cordero esperaba el punto óptimo de las ascuas. Mal día sin duda para empezar una dieta. El Duque Adamuz, impresionado por el nivel enológico y gastronómico del pueblo bracanero, no dudó en tirar de propiedades, abriendo de par en par la bodega. Fue cortés por su parte, pero destapó la Caja de Pandora. Hubo que despegarlos de las botas a golpe de látigo, personificado en los gritos del Ministro de Alimentación, que veía como se enfriaba la jatería. Así fueron pasando los minutos y luego las horas. Porque si algo tiene toda misión diplomática que se precie es la necesidad de relativizar el tiempo.


Según parece, esto no ha hecho más que empezar y la relación entre el Ducado de Adamuz y la República de Brácana va para largo, a tenor de los abrazos que se dieron en la despedida. Todos coinciden en que hay que seguir profundizando en el acuerdo, con reuniones periódicas que fortalezcan los lazos de amistad. O sea, más vino, más comida y más buen rollo: la razón de ser de la República.


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