10 de febrero de 2020

10 de febrero de 2020 - Sin comentarios

¡Como cochinos!

Hoy tengo que contar la historia de Juanito y Ricardito. Eran dos jóvenes lechones, que pacían tranquilamente por alguna de esas dehesas del mundo (o en una granja, vete tú a saber) y acabaron su trayectoria vital en la República de Brácana. Con estas escuetas líneas, a la vez que precisas, podría cerrar la crónica del pasado jueves: otro homenaje gastronómico en toda regla. Porque esta vez, la Tertulia del jueves giró en torno al cochinillo asado.


Mis colegas llevaban semanas dándoles vueltas al atracón culinario. Comenzaron por la adquisición de las piezas, responsabilidad que recayó en el Presidente de la República para dejar constancia de la la importancia del evento. No menos importante era cocinar el manjar, así que ante los reducidos medios de la sede, optaron por dejarlo en manos de el Abertxale, tirando de amarras en el horno de leña de Bellido. Ya contaban de antemano con los comensales, los doce de Brácana, a los que se unieron el Fernando y el Luis Giménez, además de el Manuel Jiménez (la presencia del trío en la sede hace tiempo que dejó de ser noticia, aunque siempre es bienvenida).


Pero faltaba el líquido elemento. Para la ocasión se agenciaron una baja de Tinto La Zarcita y, además, la familia Alvear se dejó caer con otra de Tres Miradas, en concreto la tercera cosecha del 2016. Esta última llegó a duras penas al momento álgido de la noche: cortar los cochinillos. Sin duda fue uno de los momentos estelares. Los amigos del buen yantar saben de sobra que requiere de un ritual, según he podido saber, nacido en la ciudad de Segovia. Al parecer el corte del cochinillo con un plato, sin utilizar cuchillos ni cubiertos, lo inventó un famoso asador segoviano cuyo restaurante se encuentra cerca del acueducto romano. Tuvo que cortar la carne delante de sus clientes, pero como no tenía un cuchillo cerca decidió utilizar el plato para hacerlo. Hoy en día, así se sabe si el cochinillo está bien cocinado y tierno.


Y como en Brácana todo son tradiciones, así lo hicieron. Ninguno de los que estaba allí anoche pudo adjudicarse la responsabilidad del cocinado, así que nombraron digitalmente, esto es a dedo, a el Fernando Giménez. El buen hombre aceptó de buen grado el cargo, pero no romper el plato, como también manda la tradición. De eso se encargó el Silencioso que para romper -léase el pie, el hombro, la hernia, etc.- se las pinta.


El corte del segundo de los cochinillos fue para el Manuel Jiménez y la rotura del plato también para el Silencioso: total dos piezas menos en la ya exigua vajilla bracanera. El caso es que los cochinillos duraron lo mismo que una caramelo en la puerta del colegio, y eso que ya le habían bajado más de tres dedos al jamón con anterioridad.


Además, la mayor parte del personal, le metió mano al plato al estilo medieval, chupándose los dedos y mojando sopas en la grasa del animal. Lo que en un principio era pena por los animalitos, se transformó de pronto en una orgía gastronómica en la que la frase más común fue esto sí que está bueno.


Un apunte más porque la diáspora bracanera prevista para marzo sigue viento en popa. Hace algunas semanas os dejaba como pista que pretenden visitar tierra de vinos -algo que tampoco es noticia-. Hoy añado que es cuenta con una bodega en honor a La Faraona, la más grande que diría el Ministro de Alimentación... la Lola Flores. La semana que viene, cuando tenga más datos, nuevas pistas.


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