2 de abril de 2014

2 de abril de 2014 - Sin comentarios

IV Premio al Mérito Gastronómico

Después de dos semanas sin escribir ni una sola letra sobre las andanzas de mi familia terrenal, hoy me siento en la obligación de hacerlo, sobre todo tras el importante evento celebrado días atrás. El mes de marzo volverá a quedar escrito con letras de oro en la historia de la joven, aunque sobradamente veterana, República Independiente, Anárquica y Laica, por la gracia de Dios, de Brácana. Como estaba fijado en el calendario perpetuo, el 17 de marzo se celebró la entrega de un nuevo premio al mérito gastronómico que esta vez, ahora sí que puedo contarlo, ha recaído en la figura de Álvaro López, ilustre cocinero del Restaurante El Quijote, de la vecina localidad de Montilla. En realidad, más que la entrega de un nuevo precio gastronómico, el cuarto desde que se instauró esta tradición, el lunes la sede de Brácana parecía el lugar elegido para la celebración del I Simposium de Cocina de Montilla. Junto al galardonado, aparecieron por la sede todos los cocineros que han tenido en su poder el Cucharón de Palo. Esto es, el América, el Paco Comino y el Manolo Martínez. Los tres arroparon a el Alvarito, como popularmente se le conoce en Montilla, reconociendo durante toda la noche su trayectoria profesional, así como la calidad de los platos que fueron saliendo desde la zona de fogones.
Dicho esto, me toca hacer una crónica, breve aunque precisa, de cómo se desarrolló la noche. El nuevo premio al mérito gastronómico llegó más que puntual, acompañado de el Agustín y el Rafa Villar, de igual manera que el hijo de el Comino estuvo con su padre y el Pedro Martínez con su hermano. Hay que destacar que los bracaneros se mostraron esta vez relativamente puntuales para unevento tan importante, a pesar de los despistes que llevaron a no meter la bebida en el frigorífico el día de antes. Esto provocó que se improvisara un barreño con hielo, a modo de congelador campestre, para tratar de aguantar las embestidas del personal.



De esta forma tan artesanal como práctica, salvaron con honra el marrón, con algún que otro suspiro apagado por el lapsus cometido. Solventado el tema de la bebida, tocaba emplearse a fondo en atender a los invitados, así que tardaron poco en meterse hasta las cejas en las tertulias más variadas, mientras que el Alvarito comenzaba con la preparación de la exhibición gastronómica de la noche. Estuvo acompañado tras la barra por el Ministro de Alimentación, al que no se les escapa ningún detalle y de el Ligre, pinche de la noche, que tuvo la cocina más limpia que el jocico de un perro, como suele ser habitual en él.



Acompañando las heladas cervezas del barreño, se sirvieron unas aceitunitas y unas patatas salaíllas, con el objetivo de aplacar la boa constrictor, que no el gusanillo, que mis compinches tienen dentro. De hecho, los ojos comenzaron a hacer chiribitas cuando el Alvarito apareció en la mesa central con un salteado de pulpo con langostinos al ajillo que tenía una pinta acojonante. Una vez zanjada la pelea con el pulpo, que por cierto, ganaron los comensales por goleada, se tomaron un leve respiro, dando paso a todo tipo de anécdotas y chascarrillos, dividiendo la charla por corrillos, algo habitual en Brácana. Se esperaba el segundo plato con ansiedad y este no se hizo esperar demasiado. Alguien debió equivocarse a la hora de aconsejar a el Alvarito sobre las cantidades, porque el cocinero se marcó un perolón de salmón a la crema de espárragos espectacular. El caso es que allí todo el mundo decía que parecía mucho, pero hubo quien hizo kilómetros entre el ir y venir hacia la mesa. Ya con las ansias mucho más calmadas, la boa constrictor parecía una culebra de herradura, tras el pulpo y el salmón. Por ello, aprovecharon el momento para dar paso al consejo de ministros, que será recordado como el más breve de la historia. Apenas cinco minutos duró la puesta en común, que mi amo aprovechó, como no, para dar las gracias a los invitados y, en especial, a el Alvarito por aceptar la invitación.



Posiblemente uno de los momentos más emotivos de la noche fue el relevo del Cucharón de Palo. El Manolo Martínez, después de todo un año guardando la herramienta que simboliza el trabajo entre fogones, cedió el relevo a el Alvarito, que ahora tendrá que velar por él, hasta el próximo año. Por supuesto, el nuevo premio al mérito gastronómico se llevó su diploma acreditativo y aquí sí toca ponerse serios. Alguna vez he escrito que mis compinches tienen la cara más dura que el cemento por embaucar a un cocinero para que les haga de comer. No obstante, me consta que la intención de este simbólico galardón es noble. Una cosa es decir que la comida de tal o cual restaurante es estupenda, y otra muy distinta reconocer que para que unos estén comiendo los mejores manjares, otros tienen que estar apurados en la cocina, pendientes de que se lo pasen bien los que están fuera.
Ya con el cucharón y el diploma en su poder, el Alvarito volvió a hacer gala de profesionalidad acudiendo a su hábitat natural para cerrar las bocas que aún pedían algo de vituallas. Para cerrarlas, hasta la mesa llegaron unos medallones de solomillo a la pimienta. Levantaron algún que otro murmullo porque hubo quien no se sentía preparado para meterse otro golpe entre pecho y espalda. Fue sólo un momento porque el ruido de los tenedores chocando contra el plato hizo desaparecer cualquier conato de desprecio al plato.



Como no tienen jartura, para falagar le metieron mano a una frutica que preparó el Ministro de Alimentación, antes de dar paso a los digestivos de rigor que cada semana cierran las quedadas bracaneras. Justo antes abandonaron el lugar el Paco Comino y su hijo, además de el Alvarito, el Agustín y el Rafa Villar. El resto se pegaron un cancanasso, valorando la comida de la noche y pensando ya en cuál será el V premio gastronómico, que será entregado en el año 2015.


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