25 de marzo de 2015

25 de marzo de 2015 - Sin comentarios

V Premio al mérito gastronómico


Comenzó como un homenaje entre amigos y ahora, después de cinco años, el Premio al Mérito Gastronómico que se otorga en Brácana se ha convertido en algo más. Pude verlo con mis propios ojos el pasado jueves, cuando se hizo el relevo del cucharón de palo que, hasta entonces, había guardado el Álvaro López. Doce meses después, este útil culinario ya tiene nuevo dueño y, al igual que los anteriores, bien merece un homenaje como el que le rindieron mis compis hace unos días. El Antonio Herrador es otro de los cocineros veteranos de la vecina ciudad de Montilla. Como siempre digo cuando me toca escribir la crónica del premio gastronómico, pocos sabréis su nombre. No obstante, muchos seréis los que os habéis chupado los dedos, después de poneros pujos en Las Camachas. Más o menos, es el objetivo que se persigue en Brácana con la entrega de cada uno de los cinco premios: ponerle nombre y apellidos a aquellos que se queman con las sartenes, velan para que la carne llegue en su punto y mantienen vivas las tradiciones e innovaciones culinarias y, de paso, ponerse pujos.


El caso es que el Antonio Herrador no llegó de nuevas hasta Brácana. Ya os he contado que hace un par de semanas estuvo en la sede para supervisar personalmente los fogones y acabó quedándose toda la noche. Por este motivo, entró como Pedro por su casa, acompañado de su hijo, el Antonio Herrador junior. La noche se inició con una caravana de bracaneros porteando todos los útiles y viandas que el nuevo cocinero ilustre de Brácana había preparado. Con ellos entré en la sede y me encontré de un tirón a el Álvaro López, premio saliente, y también a el Agustín, y al incombustible América. Según pude saber, otro premiado anterior como el Comino no pudo asistir, por motivos laborales, con todo el dolor de su corazón, mientras que el Manolo Martínez anunció un retraso, justificado también por temas de trabajo. En favor de ambos tengo que decir que esta vez la fecha del premio ha sido puesta por el cocinero entrante, como es lógico, así que a los pobres los ha cogido a contrapié, insisto, muy a su pesar.


Todo estaba dispuesto ya, cuando el ministro de alimentación tomó de palabra a las primeras de cambio. Imagino que el pobre debía tener pelusilla, al ver cómo todos los halagos caían del lado de los cocineros, mientras todo el mundo pasaba de él olímpicamente. Como son todos unos pelotas, no sólo el Pijo del pádel, se arriman al sol que más calienta, que en estos casos es el que prepara la comida. Pero bueno, el caso es que el Pepelui sacó de la barra unos flamantes mandiles negros, con el logo de Brácana, que desde ahora marcarán los tres pilares fundamentales del Premio Gastronómico: el Pinche, el Ministro de Alimentación y, por supuesto, el galardonado.
Es de justicia, narrando como estoy una velada gastronómica, repasar la jatería que se sirvió a lo largo de la noche. Para quienes no me seguís cada semana, tengo que decir que el premio tiene sus normas y que, entre otras, el galardonado entrante está obligado a preparar, o al menos rematar in situ, uno de los platos que se sirven. No obstante, el Antonio Herrador ya había avanzado trabajo y comenzó la terna con unos entrantes de paté de perdiz con pimiento confitado. Se ve que debían estar apetecibles, porque los platos que quedaron sobre la barra, acompañados del 'dulce' sonido de la sirena, tardaron en vaciarse lo que tarda en desaparecer un caramelo en la puerta de un colegio.


Ya metidos en harina, el segundo golpe de la noche fue uno de los platos típicos de Las Camachas. Si el paté desapareció a la voz de ¡ya! el revuelto de chanquetes con patatas paja, aguantó un poco más y eso que hubo sus coñas con el nombre del plato. El motivo de que logrará sobrevivir un poco más a las mandíbulas bracaneras, no fue la mala calidad del citado plato, más bien la cantidad preparada por el cocinero, que seguramente esperaba la presencia en Brácana de mis colegas y de toda la Centuria Romana Munda. No sé si he comentado ya que el fino Las Camachas rulaba a esas horas con total impunidad por la sede, comenzando a provocar las primeras sonrisas sospechosas entre el personal. Aún así, a mandíbula batiente, no tardaron en meterle mano al tercer plato de la noche. Las alcachofas al Montilla son tema sagrado en Brácana. Conocidas son las disputas entre cocinillas sobre la manera en la que debe prepararse tal manjar. Por ello, el Antonio Herrador se aplicó con precisión cirujana, para no defraudar, animando al personal a utilizar sopones para dejar el plato más limpio que el hocico de un perro.


Por supuesto, uno de los momentos más emotivos de la noche fue el relevo gastronómico. El Álvaro López entregó el cucharón de palo a el Antonio Herrador, bajo la promesa de guardarlo durante todo una año, hasta la primavera del 2016, cuando él mismo se encargará de cederlo al cocinero que haya reunido los méritos suficientes para ser nombrado premio al mérito gastronómico de Brácana.
Con el ansia culinaria mucho más calmada, mientras se preparaba el plato fuerte de la noche (manda cojones después de lo que se estaban jalando) el personal le dio rienda suelta a la lengua, aprovechando los efluvios del Fino Las Camachas. Muchos son los temas abordados, desde la vida personal de los premios gastronómicos, hasta los siempre recurrentes asuntos políticos. No obstante, de todas las anécdotas contadas, me quedo con la de el América y su Puch amarilla. Aunque suene a chiste, el caso es que años atrás el tío se metió, moto incluida, en una alcantarilla que estaba abierta en las Casas Nuevas. Para su desgracia, mi amo andaba por allí cerca y lo oyó levantarse al grito de:
- ¡Me cago en la puta, si estoy no estaba así esta mañana!
Os podéis imaginar el descojone del personal, que a esas alturas de la noche ya no se cortaba ni un pelo a la hora de dar su opinión sobre cualquier asunto.


Mientras la peña se mondaba de risa, el cocinero sacó unas costillas con ralladura de almendra, que era lo que faltaba. Decenas de mordiscos y chupetones después, los platos quedaron igual que si una banda de buitres hubiera caído sobre un ñu del Serengeti. No contentos con ello, se metieron entre pecho y espalda para terminar unas raciones de leche frita, a modo de postre, que seguramente causaría más de una pesadez de estómago, después del festín.


En medio del atracón, apareció el Manolo Martínez en la sede, tras acabar una dura faena entre fogones. El tío aterrizó con tanta ansia, que se encargó de cerrar la sede horas después, bien respaldado por el Paticorto, el Ahijao y el ministro de alimentación, que son unos boinas verdes. Antes tuvo que jurar fidelidad a la República porque mis compis acordaron aprovechar la presencia de todos los premios gastronómicos en la sede, para hacer algo que no habían hecho cuando recibieron el galardón. Falta el Comino pero, bueno, ya pasará por estas tierras un días de estos.... seguro.


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