24 de octubre de 2014

24 de octubre de 2014 - Sin comentarios

Grave cogida en el coso de Brácana

Tiempo atrás la sede institucional de Brácana se ha convertido por días en una pista de atletismo, otras veces en velódromo, en otras ocasiones en una pista de dardos pero, lo del jueves pasado, no lo había vivido nunca. Transformar este espacio en una plaza de toros, burladeros y enfermería incluidos, me parece excesivo. Lo que vi hace algunos días es digno de una película de Fellini y no lo digo por las interpretaciones. Lo que allí ocurrió fue tan real, que hubo incluso quien tuvo el teléfono en la mano para llamar a la ambulancia ante la gravedad del asunto. Pero, como dijo Jack en repetidas ocasiones, vayamos por partes.
El caso es que yo llegué relativamente temprano. A eso de las 20:30 ya andaba tirándole los tejos a una paloma Zurita que suele apostarse justo en frente de la sede institucional. El galanteo dura ya más de dos meses y todavía no he tocado buche. Pero bueno, a lo que vamos. Uno tras otro fueron llegando, más o menos puntuales, siendo recibidos por una suerte de bodegón que había sobre la mesa, que contenía dos botellas de Verdejo Rueda y seis más de Ribera del Duero.


Fue el primer síntoma de que algo gordo se estaba cociendo. No obstante, me escamó más aún ver que algunos de mis colegas tenían una media sonrisa de póker oculto, segundo síntoma de zapatiesta. Aún así, aún no tenía ni idea del rumbo que iba a tomar una noche, hasta entonces tranquila. Tras la cervecita de rigor comenzó a arder la mecha que acabaría directa en el bidón de la pólvora. Mi amo y el Abertxale, con un secretismo digno de la Gran Logia, sacaron unas botellas sin identificación alguna. Según dijeron, el padre del Abertxale se las había dejado con la condición de improvisar una cata para que los bracaneros le dieran su más sincera opinión. Para cavar un majuelo no sé si estarán dispuestos pero, para beber vino, se las pintan solos. El caso es que eran dos botellas de vinos diferentes y, con los vapores del líquido elemento, se enfrascaron en las conversaciones y opiniones más variadas. En ello estaban, cuando salió la primera tapita de la noche, Fueron unos platicos de jamón, con el que se inaugura la temporada jamonera en Brácana (....y que extienda muchas semanas). Andaban ya mojando sopas en el aceite como posesos, cuando se desveló el misterio del vino sin nombre. Resultaron ser unas muestras de Alvear y que, con matices, está de cojones, según pude escuchar. Allí hablaban como expertos sumilleres. Color, olor, sabor, retronasal, picor... Han cambiado las formas, ahora los once están subiditos porque la gente les pide opinión, pero no han variado el fondo. De hecho el vino se acabó en un pis pas y claro, mientras avanzaba la noche, mayor fue el nivel crítico con las muestras de vino aportadas. Acabado el trámite de la cata, tomó la palabra el Ministro de Alimentación. Yo supuse que era para presentar el siguiente plato, pero no.  Algo dijo de una tal Jessica, que iba a venir esa noche, y que comenzaba la despedida de soltero de mi amo. Claro, se me había olvidado que llevaban tiempo hablando del sarao que tenían previsto pegarse al domingo siguiente. El caso es que la Jessica en cuestión no hizo acto de presencia, pero le plantaron a mi amo un traje de torero, iniciando una faena larga, complicada y no exenta de riesgo.


El Niño el Molino del Toro hizo el paseillo bajo la atenta mirada de su apoderado, Patillitas largas, que no veía clara la faena a los morlacos con la divisa de Alvear, Verdejo y Ribera del Duero. En total, doce astados afamados por su bravura, que tardaron poco en pisar el ruedo. La cuadrilla estaba atenta al quite. El Paticorto, el Silencioso y el Maestro como picadores, el Maestro, el Niño y el Pijo del pádel como banderilleros, y el Pijo de los Balcanes, el Ahijao, la Pantera y el Ligre al capote, están acostumbrados a torear en las peores  faenas.


Salieron primero dos morlacos jaros, de la prestigiosa ganadería de Alvear. El niño el Molino del Toro y sus ayudantes los recibieron a puerta gayola. La larga cambiada afarolada gustó al respetable, arrancando los primeros aplausos del Tendido Siete, que agradecía con vítores la nobleza y bravura de los animales. La faena fue corta pero intensa y acabó con la petición de indulto para ambos que no fue concedida por la presidencia.


Acto seguido pisaron el ruedo dos albahíos de Verdejo, que llevaban por nombre Zapadorado. El Niño el Molino del Toro y el resto del grupo, los pasearon por la plaza con una tanda de naturales, seguidos de unos derechazos, que hicieron desfallecer a los galafates, antes de darles muerte.
A continuación fueron dos colorados, Picón del Rey para más señas, los que salieron al ruedo, acompañados de bufidos que congelarían el mísmisimo infierno. El espada y su cuadrilla acabaron por colocarles unos redondos y unos doblones, que poblaron la plaza de pañuelos. Aún así, no hubo clemencia y la suerte suprema acabó con dos bellísimos animales, que pelearon hasta final.


Aunque las fuerzas comenzaban a flaquear, otros dos Ribera del Duero, Carramimbre esta vez, pisaron la arena. La faena se fue volviendo espesa. Con alguna pedresiana y más de un pase de pecho, la distancia entre los astados y la cuadrilla cada vez fue haciéndose más corta, hasta que el Niño el Molino del Toro puso fin al esfuerzo de todos, animal incluido, con la espada.
Sudorosos por la lidia, aún faltaba la faena más compleja. Dos jijones hermosos, también con la divisa de Ribera del Duero, que llevaban por nombre Viña Milano, saltaron al ruedo. Miraron torcido al diestro que ya preparaba una trinchera para recortar la embestida. El remate por bajo se quedó corto y con el asta derecha, ambos dieron con el matador en la arena.


La cogida parecía peligrosa. Podía verse en el rostro del resto de la cuadrilla y de Patillitas largas, que temía por la vida de su representado. En la enfermería, se pudo comprobar que el Niño el Molino del Toro tenía una cornada de dos trayectorias en pleno higado, que no llegó a mayores gracias a la pronta intervención del cirujano que detuvo la hemorragia. Los astados seguían en la plaza y tuvieron que ser sacados por dos cabestros botineros, después de que la presidencia les concediera, por fin, el indulto.


Puede parece que lo que habéis leido es una coña marinera pero juro, por el Cóndor bendito de los Andes, que es un fiel reflejo de lo que allí sucedió. La alferesía que le dio a mi amo me tuvo acongojado, que no acojonado, varios minutos, sobre todo cuando le vi echar mano de una Coca-Cola que pudo acabar con su vida, sin más. Se me olvidaba, por cierto, que mientras todo esto sucedía, fueron jalándose un chorizo al vino con laurel y una presa ibérica a la plancha, para quitarse el mal sabor de boca de una intensa corrida.... de toros ¡Mal pensados !


Todo esto sucedió hasta la una de la madrugada, más o menos, hora en la que el personal iba ya bien pasado de vueltas. Había quien decía que la alferesía de mi amo era producto del verdejo, que es mu malo. Tan mal andaban mis coleguillas que fueron tomando uno a uno el capote, marcándose desplantes y remates que no acabaron en tragedia porque ya no había toros en la plaza. Cuando ya parecía que las luces del coso de Brácana se apagaban, se metieron entre pecho y espalda una última tanda de digestivos, para acabar como el Rosario de la Aurora.



Por cierto, también se me olvidaba comentar que, al final, el domingo fueron de boda. Estuvo oficiada por el mismísimo Obispo de Brácana y no voy a entrar en detalles porque aquí, en el limbo, me han dicho que mejor será imponer el secreto de sumario, para no herir sensibilidades. Hasta la semana que viene.


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