22 de octubre de 2014

22 de octubre de 2014 - Sin comentarios

¿Oktoberfest? en la Bodega San Miguel

Cada cierto tiempo, mis coleguillas ahuecan ala y pasan olímpicamente de la sede institucional, para peregrinar a otros puntos geográficos. Es más o menos como mis amigas las cigüeñas. Cuando llega el frío ponen rumbo al continente africano, abandonando su zona vital del resto del año. Algo parecido hicieron los once bracaneros el pasado jueves, 25 de septiembre. Ya va siendo tradición que en torno al día 29 del citado mes, todos pongan rumbo a la Bodega San Miguel y este año no ha sido una excepción. Siguiendo con el símil cigüeñil, en una tarde fría y amenazante de lluvia, poco después de las nueve de la noche comenzaba la peregrinación, cargados de jatería. Allí esperaban cuatro pájaros, que no cigüeñas, conocidos de sobra en este espacio por su carácter vinatero y parrandero. El Paco Raya, el Gaspar y el Chechu, se hicieron acompañar esta vez de otro figura del alambre, como el Rafa Aguilar, embajador bracanero de tronío, que no quiso perder la oportunidad de compartir vino y viandas, al calor bracanero. Once más cuatro, quince. No deja de ser curioso porque según un tratado de Moderna Numerología al que he podido echarle un ojo últimamente, este número previene contra el abandono de las responsabilidad, sobre todo a nivel familiar. Ahí queda eso. La relación es tan estrecha en Brácana, con sus habitantes y embajadores, que ya son justamente eso, una familia, a la que hay que cuidar semanalmente con total responsabilidad ¡Tela!


A lo que vamos, que por allí andaban los 15 jinetes de San Miguel imbuidos en las tertulias más surrealistas, cuando el ministro de alimentación comenzó a preparar la cocina, en esta ocasión una plancha portátil que hacía prever jatería gorda para la noche. El Pepeluí se plantó en mitad de la bodega para anunciar el menú de la noche. La sorpresa fue mayúscula cuando dijo que comenzaba la Oktoberfest de Montilla. Digo sorpresa porque, que yo sepa, todavía estamos en septiembre y, además, yo no vi cerveza por ningún lado, salvo las litronas pertinentes del pie de cuba. El caso es que el tío se lo curró de gordo.


Durante toda la noche estuvo sacando salchichas de todo tipo: gordas, grandes, pequeñas, blancas, marrones... yo qué sé! Era cuestión de tiempo que las comparaciones se volvieran odiosas. De hecho, el ketchup y la mostaza fueron el componente ideal para todo tipo de chascarrillos y parodias. No voy a citar ninguna, ni tampoco pondré ninguna foto para no herir sensibilidades, pero la salchicha que salía de la bragueta del ministro de alimentación era.... coño! Ya lo he dicho.


Mientras los 15 jinetes de San Miguel se ponían tiernos a salchichas, el cielo perdió su punto apoyo en el exterior. En español clarito: se puso a llover de cojones, de manera que no hubo narices de abandonar San Miguel. Por este motivo, el Pepeluí, que no pierde detalle, preparó otra cochura de salchichas, mientras la jarra de vino se llenaba por enésima vez (digo enésima por poner un número).


Cuando ya estaban pa reventar, cayeron en la cuenta de que el temporal no amainaba fuera, así que se armaron de valor y.... se pusieron como sopas. Tan calado iba el personal, que a la altura de los Montes Bracaneros alguien propuso hacer una escala técnica en la sede para secarse. Lo hicieron por fuera, pero no lo consiguieron por dentro, ya que se jalaron unos digestivo al paso, a pesar de que no había hielo y que los refrescos estaban calientes. Si es que ya lo he dicho muchas vez, ni tienen jartura, ni ataero por el lomo. ¡PAÍS!

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