11 de marzo de 2016

11 de marzo de 2016 - Sin comentarios

Cuando sos vayáis, no mos habléis

Comienzo el mes de febrero con una reflexión, que me sirve de título para esta nueva entrega de las aventuras bracaneras de cada jueves. Pues eso, como lo estáis leyendo: CUANDO SOS VAYÁIS NO MOS HABLÉIS. Digo esto porque la tertulia de la pasada semana acabó precisamente pasándose por el forro una de las máximas que cuelgan en la puerta de la sede bracanera. No contentos con ponerse tiernos cada siete días, siguen aceptando invitaciones que van a dar conmigo ¡ Coño, que yo tengo unas alitas pequeñas y no puedo ir a todos sitios ! Al menos en la sede tengo mis posaderos establecidos, cosa que no siempre ocurre en los antros y tugurios que visitan de vez en cuando.
La verdad es que he comenzado lanzado, sin contar al menos desde donde arrancó la invitación. El jueves visitaron Brácana tres nuevos embajadores, peligrosos como una piraña en un bidet, porque le arriman al vino como dignos bracaneros que ya son.


El Rafa Carrasco, el Antonio Rosal y el Paco García son colegas del ministro de alimentación, y se dejaron caer el jueves con tres objetivos concretos: churnear, jalar y charlar. Doy fe de que todos ellos se cumplieron con creces porque al pobre de el Silencioso se le iba a salir el alma chupando de la goma para sacar el vino de la bota. Por cierto, esa es otra. Con mis despistes habituales no he contado que desde hace semanas tienen dos barriles de vino en la sede. Uno es el de Fino Pata Hierro, habitual en las tertulias desde hace años. A este hay que unir un segundo tonel de Fino C.B. que se habrán agenciado engatusando a alguien. Eso es como ponerle una pistola en la mano a un mono. Ahora sí que tienen reservas para rato.


Como iba diciendo, los tres personajes en cuestión se camuflaron con el entorno hasta tal punto que no sólo no desentonaron, sino que se sumaron al ambiente general sintiéndose bracaneros por primer día. En el capítulo de tertulia tengo que destacar el empadrono que realizaron al personal y los chistes. Los tres, pero sobre todo el Rafa Carrasco y el Paco García sacaron un repertorio clásico que arrancó más de un descojone generalizado. En estas andaban, jalándose al paso unas tapitas de Jamón, queso Bofard aportado por los embajadores y un chorizo al Montilla, cuando entró por la puerta, como un estibador portuario, el Miguel cabrera. Portaba una especia de armario, la verdad difícil de clasificar, como regalo para Brácana. Por allí hubo quien dijo que tienen el síndrome Contarini, en referencia al establecimiento de muebles que había en la vecina localidad de Montilla. De hecho, es el segundo mueblecito que lleva a Brácana. El primero sirve de armarito para guardar catavinos. Este segundo, que tiene mil y un cajones de formas y tamaños distintos no tengo ni idea de para qué lo van a utilizar.


Ya con el Cabrera instalado, aunque por cierto tardo bien poco, le metieron mano al plato principal de la noche, llamado en Lavergy Concomitancia entre tubérculos y tentáculos. Según parece es uno de los platos más demandados en el restaurante parisino, destino final de los platos que elaboran jueves a jueves en Brácana. Ya sabéis los asiduos de este blog. Pero bueno, para que darle más vueltas. Que comieron Patatas con choco de toda la vida.
Así iban cerrando la noche, entre chistes, comida y vino, cuando el personal comenzó a enfilar la puerta, llegando al tema con el que arrancaba este relato. El Paco García, que tiene más tiros pegados que las pistolas de Billy El Niño, preguntó si podía llevarse el catavino a su casa. Ante la sorpresa general, argumentó que si quieren recuperarlo, sólo tienen que aceptar una invitación en su casa, para pegarse un homenaje. Y claro, a guante lanzado, guante recogido. Ya están buscando fecha. Si es que no tienen jartura. Mira que lo pone en la puerta. Pues nada. Habrá que volar hasta otros lugares, cuando les salga de sus benditos compañones.

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