2 de noviembre de 2016

2 de noviembre de 2016 - Sin comentarios

Una entrá por salía

Después de dos semanas consecutivas de endogamia bracanera (léase enaltecimiento interno a base de petanca y vino), el pasado jueves tocaba prestar atención a la llegada de nuevos embajadores a la República. En entradas anteriores ya he comentado que el número de personas que han pasado por la sede es ya muy elevado, después de casi siete años de tertulias. No obstante, he de reconocer que el número de personas que todavía no han pasado por allí es todavía más alto. Por ello me da en la nariz que esto va para largo. Al menos hasta que todo vecino de Montilla sea embajador y los tentáculos de la República se extiendan por todos y cada uno de los tabernáculos de la vecina localidad. Yendo al grano, el pasado jueves llegaron dos nuevos embajadores con los que se saltó la regla de los juramentos, y me explico. El caso es que por primera vez, ambos pusieron pies en polvorosa antes del plato fuerte de la noche y, por tanto, sin pasar por el atril. Los peor pensados estaréis pensando en que se lió la traca gorda y por eso el personal rehusó tan alto honor. Pero, que va. Nada más allá de la realidad.


El caso es que la visita de el Floren Polonio y el Antonio Alarcón, fue más que agradable. Al menos esa fue la sensación que tuve desde mi privilegiada posición, en la máquina del aire acondicionado. Por cierto que se mantiene apagada sine die, hasta que amaine la canícula que asola la campiña cordobesa desde que comenzó el otoño. Volviendo a los embajadores, el primero de ellos es un boina verde, pero de los de verdad. Con más tiros pegados que las pistolas de William Henry McCarthy -Billy el niño para los amigos- su presencia fue un torrente de anécdotas del pasado, con referencias constantes al pasado del Barrio del Gran Capitán, actual República Independiente de las Casas Nuevas. El Antonio por su parte, me pareció un tío más comedido. A pesar de ello, mis ojitos de diamante me permiten ir más allá de las meras apariencias, porque me da que tras la apariencia se esconde un jornalero de la barra. No me preguntéis por qué, pero buena parte de la charlita giró en torno a la localidad de Baena, de donde es natural el Antonio. Por razones laborales, ha terminado poniendo el huevo en Montilla haciendo la vista más llevadera a las personas con problemas de vista, que no es mi caso como podéis leer.


El caso es que entre cabeza de cerdo, jamoncito y fino C.B. la tertulia iba hilvanándose con buenas puntadas, hasta que de golpe en bola el Floren dijo que su edad no permitía más excesos y que prefería irse a descansar en casita, agrediendo la invitación y el ratico de charla. El Antonio siguió los pasos de el Floren dando por acabada la tertulia, sin prestar juramento de fidelidad a la República. Ni mucho menos es esto un reproche. Un grupete como el de mis colegas, que presume de anárquico, es consciente de que aquel que pisa Tierra Santa, tienen completa libertad para entrar, salir y deambular mientras tanto por la sede. En cualquier caso, ambos saben que tienen las puertas abiertas para el futuro.


Ya sin embajadores, insisto, por primera vez sin jurar en el atril, la charla se volvió más sosegada, esperando el plato fuerte de la noche. Si no recuerdo mal, aunque aquí puede que me falte la memoria, es la primera vez que los tíos se zampan unas albóndigas para cenar ¡Menudo saque que tienen! Evidentemente aprovecharon para rehace la lista de invitados para el futuro, comenzado a planificar la temporada de otoño pura y dura.
Bueno, por hoy chapo el kiosko que se me hace tarde y la semana pasa volando, nunca mejor dicho. Dentro de siete días vuelvo y os paso el parte de novedades... si las hubiera o hubiese.

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