19 de febrero de 2017

19 de febrero de 2017 - Sin comentarios

Reencuentro nostálgico

Mira que después del olvido del Maestro la pasada semana, me había planteado incluso no escribir esta semana. Total, si al Presidente de la República se le olvidan las fotos, yo me puedo pasar por el pequeño arco que queda entre mis patitas, narrar las aventuras bracaneras. Al final soy un sensiblón que me ablando nada más escuchar la cerradura de la sede. Además, esta semana tengo motivos más que de sobra para mostrar mi lado más dulce, tras la sesión de pasteleo -del bueno eh, no confundir- que se dieron mis compinches con un embajador veterano como el Lin.


Coño, que yo he coincidido con él cuando vivía, allí en las Tertulias del Callejón. Pocos son los que han tenido la oportunidad de vivir primero estas tertulias primitivas, después las reuniones del jueves en Brácana Center y, además, repetir para contarlo. Pues este es el caso de el Manolo Cabello, excurrante de Alvear, junto a mi amo, el Silencioso y el Ministro de Alimentación. Digo ex porque el tío ya se pega la vida padre tras recibir los papeles de la jubilación. Llegó acompañado de su vástago, el Manuel Cabello y su cuñao, el Antonio Casas, gerente de la firma montillana Casbe. Los tres llegaron con dos cajas de copas de vino, que según parece pondrán en órbita cuando apañen un tinto digno de tal vidrio. También fue una sorpresa ver por allí de nuevo a el Mario Alférez. Aprovechando la excusa, muy mala por cierto, de que tenía que llevarle algo a el Félix, aprovechó para hacerse fuerte en la barra, mientras el personal le espetaba que la próxima vez o viene con vino o.... a la puta calle.


Antes de entrar en detalles sobre lo acontecido en la noche, me detengo un momento en la jatería de la noche, para explayarme a continuación. Acompañando desde el principio al fino C.B:, rularon por la barra y por la mesa platos de jamón, tiritas de bacon con huevo y alcachofas con carne, para cerrar la tanda de muletazos gastronómicos con un flan de turrón aportado por el Lin.
Salvado el capítulo de babeo, digo esto por si lo estáis leyendo antes de comer, vamos con el fondo de la reunión del jueves. Buena parte de la noche se desarrolló entre tertulias sobre la vida en las empresas. El Antonio Casas le recordaba a el Paticorto lo joven que sale en el Canal Recuerda de Montilla Televisión. El Ahijao y la Pantera siguen a lo suyo charlando de motores, cambios de aceite -de coches, se entiende- y otros menesteres mecánicos. Pero la que acaparó la atención del personal de excepción fue la charlita de el Lin. Fue justo después de que mi amo leyera el Capítulo 36 del primer volumen de la Enciclopedia Ilustrada de Brácana. Se desarrolló ya con el verano cerca, en el Callejón, donde se fraguó esta bendita locura. Si recordáis los boinas verdes de este blog, aquello acabó con manguerazos en el patio y piscinazos al estilo Greg Louganis, pero sin tanta agua. Aquello fue terapia de la buena para el Lin, que pasaba en aquel momentos horas bajas en la empresa, por motivos que ahora no vienen al cuento. Joer, si es que el Lin hasta se emocionó cuando lo contaba y, claro, el resto del personal también y a mi, hasta se me saltó alguna lagrimilla. El caso es que el Manolo quería, con esta visita, recordar que las relaciones personales están por encima de todo y que si en aquel entonces mis compis le echaron un capote, ahora no debe caer en el olvido.


Con la leche de la nostalgia, se me había olvidado un detalle significativo de la noche. Un poco antes de que pasara todo esto que estoy contando, entró un embajador al que yo no tenía controlado, ni lo tengo todavía. Con la emoción de volver a ver el Lin me despisté... cosas de la vida. El caso es que el tío entró como Pedro por su casa, saludó a el Abertxale, luego al Ministro de Alimentación, y así uno tras uno al resto del personal. Responde al nombre según pude escuchar a pesar de mi despiste de Antonio Polonio y, tras supervisar la zona de fogones se camufló entre el personal, copa de vino en mano, por cierto de las buenas, y puro en la otra. En fin muchas cosas, muchos nombres y demasiadas sensaciones para mi pequeña cabeza.


Coño, que sólo soy un diamante tropical y sé que el Silencioso, uno de mis críticos más voraces, no me va a perdonar que no escriba como Camilo José Cela... Pero bueno, como dijo el escrito gallego... En ocasiones pienso que el premio de quienes escribimos duerme, tímido y virginal, en el confuso corazón del lector más lejano... ahí queda eso. Adiós zorzales... nos vemos el jueves que viene.

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