24 de enero de 2010

24 de enero de 2010 - 1 comentario

El encanto de los lagares



Como os he comentado en alguna ocasión, el beber vino en los lagares a pie de tinaja, es una experiencia mística y a la vez intensa. Ese vino de tinaja es el resultado de la relación entre el hombre y la tierra en su estado más puro. Años de mimo a las sepas, que se transmite a lo largo del tiempo. Generaciones unidas de por vida a la tierra, padres que transmiten a sus hijos, a sus nietos, su sabiduría a cerca del trato con la tierra, con la viña. Para poder sentir esa sensación que estimula los sentidos, que supone el echarse a la boca el primer vino del año, hay que ir a un lagar.
Siempre he dicho que la barra de una taberna es el escenario perfecto para disfrutar tapeando y charlando con buena compañía, pero el lagar es la maternidad en estado puro, luego vienen los templos del vino que son las bodegas. Pero como digo el lagar es ese contacto con la tierra. Andar por una bodega de tinajas, haciendo chirriar las tablas de madera que trazan similitud con las de un escenario, es percibir sensaciones diferentes. Soplar el velo de flor para sin tregua introducir la copa en el vino, y que supone el desvirgar una y otra vez el reposo del fresco en el barro, es sin duda un sacrilegio irresistible y que recreandonos en él repetimos de tinaja en tinaja.

La excursión tuvo su punto de partida en la iglesia chica del Barrio de las Casas Nuevas. Barrio al que ahora se le conoce como Bucarest, haciendo alusión a los muchos rumanos que se unen en el barrio con algunos magrebíes, y asiáticos y que le da un toque de mestizaje del que otros barrios no pueden presumir. La primera toma de contacto fue en El Lagar de Las Puentes, allí pudimos disfrutar del primer vino que caía en nuestro cuerpo haciendo despertar los sentidos.
Dejamos Las Puentes para adentrarnos en Cuesta Blanca (sueño con retirame en este enclave) y tras tomar un camino particular dimos con el Lagar de Los Borbones. Y otra vez a empezar el proceso del disfrute, de la charla, del tapeo. En este Lagar alargamos la jornada con una paella que nos guisó el Volti y que supo a gloria, no solo para nosotros ya que el perro del casero disfrutó la jornada algo “desinquieto” (Anais está va por tí), y comiendo nuestros restos de comida que percibo, a él le supieron a manjares.

1 comentarios:

Durante mi estancia en Montilla descubrí divertida la existencia de algunas palabras de uso local que, a menudo, mis amigos montillanos hubieran jurado por su madre que se utilizaban en el resto de España. Como bien señala Paco, entre ellas estaba "desinquieto". No había vez que se pronunciara en la que yo no esbozara una sonrisita y entonara el consiguiente "será inquieto, ¿no?". Era pura provocación, claro... En tanto que hablante de un dialecto como es el mallorquín soy sensible a la existencia de múltiples variedades locales que en muchas ocasiones nos ayudan a entender el lugar en el que estamos.

Tan divertidas me parecían algunas palabrejas que acabé comprando un cuadernillo y apuntando lo que para mí eran curiosidades: "daleao" (que incluso acabamos buscándolo en el diccionario), "enguanchinao" o "aguachinao (que no había dios que me dijera cómo deletrearlo), "chimilacó" (mi familia es francófona y más gracia me hacía todavía oir la versión andaluza de "chemise lacoste"), "chusnear" (siempre con mi ineseparable compañera de "servesitas"), la "bayeta" (no podéis imaginar mi cara cuando le dije a la vecina que hacía frío en casa y me preguntó si no tenía bayeta), y muchas más que mi amigo Paco me ayudó a recoger ... y describir, ¡claro!

Recordando todo esto he vuelto por un momento a ese pasado al que dedicaste tu anterior post, sin nostalgia, pero sin el que nunca sería la que soy hoy.

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