29 de agosto de 2015

29 de agosto de 2015 - Sin comentarios

Mama era mala, pero nos guisaba

Así, a bote pronto, el título de la última crónica del mes de agosto debe sonar un poco raro, pero poco a poco, según vayáis avanzando en mi relato de hoy, comprenderéis el por qué de esta frase, escuchada  repetidas veces, tiempo atrás, en la vecina ciudad de Montilla.
El sentido de este dicho popular, cobra más lógica ante la importantísima baja que por motivos de salud causó el mismísimo Ministro de alimentación. Ya he comentado en más de una ocasión que posiblemente sea el único ministerio del que depende directamente el correcto funcionamiento de la República. Por ello, cuando el Pepeluí dijo que se iba, con voz de ultratumba, saltaron todas las alarmas. Especialmente crítico fue durante toda la noche el Silencioso que, teléfono en mano, amenazaba constantemente con llamar al rey de los fogones bracaneros, para que pusiera un poco de orden, dando las directrices oportuna. El caso es que la cosa no se despendoló en exceso gracias a las aportaciones culinarias de los invitados del pasado jueves, y a las dotes de mando de el Ahijao, pinche de la noche, y mi amo, que se encargaron de desenredar el entuerto como buenamente pudieron.


En seguida os cuento más detalles, pero antes quiero hacer especial hincapié es los personajes que tomaron Brácana al asalto durante la última quedada. Todos ellos son veteranos de guerra. Por un lado estuvieron por la sede campando a sus anchas, los habitantes de la Bodega de San Miguel, mítico lugar de peregrinación, al que volverán mis compinches a finales del mes de septiembre. Por si fuera poco, el Gaspar, el Paco Raya y el Chechu, estuvieron bien secundados por el Manolo Portero. Éste individuo, a pesar de su modales comedidos, se apunta a un bombardeo, siempre que haya vino, así que no dudo a la hora de aceptar la invitación bracanera.
De manera excepcional, fuera de guión, y nunca mejor dicho, anduvo por la sede el Pablo Raya, vástago de el Paco Raya. Es difícil verlo por Montilla porque su trabajo como actor y cantante, le hace recorrer los escenarios de medio mundo, de ahí que fuera todo un honor contar con él, al menos durante parte de la noche. Muchos de ustedes habréis oido hablar de él por su aportación a obras de peso como los musicales Mamma Mia o ¡Ay Carmela!


El caso es que tampoco tardó mucho en integrarse en el grupo. En menos de lo que tarde en persignarse un cura loco, ya tenía un copazo en la mano, y le atacaba al Fino el Abuelo de la Bodega San Miguel, con el mismo ímpetu que el resto de mis compinches. Pero volviendo al tema con el que empezaba mi relato, ante la baja inesperada del Ministro de alimentación, y de la Pantera, que no lo había dicho aún, fue el Ahijao el que tuvo que coger el cuchillo por el mango y poner orden en un primer momento. Con la soltura que da casi seis años observando desde la barra al maestro, en un santiamén entre él mi amo ya habían encalomado unos platicos de tomates con sal para saciar a las huestes bracaneras. A ello siguió una segunda tapita en barra de espetec, además de varias tandas de cabeza de cerdo para ir haciendo cuerpo. Con tanta tapita, el Silencioso comenzó a ponerse nervioso, interesándose por la jatería de verdad. Por ello, el Chechu dio las instrucciones precisas para poner a calentar una carrillada en salsa que llevaba preparando todo el día, según pude escuchar bajo la atenta mirada de la Raquel, su cónyugue, que supervisaba el trabajo. No contento con la perola, el Silencioso comenzó a increpar a los improvisados cocineros con frases del estilo:
- Si veis que tal llamó al Pepeluí pa que organice esto, no vaya a ser que no comamos hoy.
Y claro, al personal se le inflaron los compañones hasta límites insospechados. Acerté a ver un cónclave entre mi amo y el Paticorto, y pude escuchar que el Ministro de alimentación, a pesar de su baja repentina, había dejado preparado tres kilos de carne en salsa. Por ello, ante la tocada de güevos, entre ambos improvisaron un menú ligerito para el resto de la noche: primero la carrillada, después un tocinito de veta y para rematar la carne. Ante la previsón de una avalancha de colesterol, el personal comenzó a poner mala cara, así que se aplicó al fino, esperando a que el sol saliera por Antequera, mientras que mi amo le decía a su hermano:
- Mama era mala, pero nos guisaba.


Una vez explicado todo el follón gastronómico del jueves, poco más tengo que contar. Bueno, en realidad sí. Que no pararon de charlar y reirse, ni de hacer más planes de futuro, además de la peregrinación a San Miguel de finales de septiembre. El Gaspar se ofreció a organizar para más adelante una cata de cerveza artesana, en  la empresa montillana Cabbeer. La verdad es que tuvo qie insistir mucho, aproximadamente unos cinco segundos, para que  el personal aceptara, y eso que mientras el hombre trataba de explicar el asunto, allí no se callaba ni el Cóndor Bendito de los Andes.
Ni que decir tiene que no tuvieron cojones de sacar la carne en salsa, porque de la perola de carrillada, no dejaron ni una gota. Por ello, ya saciado el hambre, mientras se jalaban unas uvas de el Molino del Toro, el Paticorto y el Quini echaron mano de los trastes de matar, para preparar los preceptivos mojitos. Cual fue su sorpresa, cuando comprobaron que faltaba hierbabuena y que, por tanto, había que tirar de recursos.
Mucho kit-mojito y muchas flautas pero luego se olvidan de los básico. Si es que no están en lo que están. Pero bueno, como esta gente no se achanta fácilmente, reverdecieron viejos laureles, sirviendo ginebras al gusto.


Con esto me despido por hoy, aunque antes quiero poner un aviso para navegantes. Guardo una libretilla en la sede en la que apunto mis notas para luego escribir estas crónicas. Pues bien, un graciosillo, al que descubriré en breve, ha tenido a bien adornarla con un grafiti que pone:
LO IMPORTANTE ES EMPALMAR !!!!!
Será cabrón... ya te pillaré, aunque, en realidad, tampoco le falta razón ¿no?

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