15 de enero de 2018

15 de enero de 2018 - Sin comentarios

Deudas bracaneras

Ya sabéis que el primer jueves del mes está reservado para el personal bracanero. Es tiempo para ordenar el calendario, nombrar a los próximos embajadores y... ajustar cuentas. Pues bien, las tres cosas se hicieron en la última quedada, pero sobre todo, lo último. Nunca he nombrado en esta bitácora las condiciones impuestas para la entrada de nuevos habitantes en la República, por aquello del secreto de sumario, pero hoy me he venido arriba.


El caso es que meses atrás -munchos que diría el Ligre- cuando se propuso el alta de el Suerto, se reflexionó sobre las cláusulas de acceso a la República. Podéis imaginar lo que soltaron por la boquita. Un viaje para todos al Ayapana, la cuota íntegra de todos los años o proposiciones sexuales que aquí no puedo contar, fueron algunas de las propuestas. De todas ellas la más aplaudida y comentada fue la peregrinación al local que se encuentra en la Nacional 331. No obstante, tras una acalorada discusión, nunca mejor dicho, y unos cuantos litros de vino, se estimó que aquello iba a costar un pico y que, si le cogían el gustillo, tendrían que ir todas las semanas. Por ello se desestimó el planteamiento y se optó por una minuta más asequible que satisfaga al personal. Se da por hecho que el vino es lo único que no puede faltar en Brácana, como verdadero leitmotiv cada semana, y que no debe ser un bien contable desde el punto de vista económico, más bien una necesidad. Si el vino es uno de los pilares bracaneros, el otro es la jatería, y ahí hay mucho más margen de maniobra. Blanco y en botella. Se optó por tanto porque el Suerto se pagara una invitá, que ya venía demorándose y que ha supuesto más de una coña los jueves. Así que, como más vale tarde que nunca, el Suerto pagó sus deudas, agasajando al personal con una noche de lujuria gastronómica.


Amagó con unos entrantes a base de ensaladilla, queso y cabeza cerdo, para despistar al personal. No obstante, a la hora de la verdad, entró a matar con un rabo de toro que hizo que se tragaran sus palabras todos los bracaneros que venían jurado en arameo por la deuda incumplida. Según pude escuchar, la elaboración del rabo de toro tuvo su miga. Al parecer es una receta de la suegra de el Suerto, que se guarda más en secreto que la fórmula de la Coca-Cola. Es la razón por la que se parapetó en la cocina de la suegra mientras preparaba tan suculento manjar, poniendo ojo avizor ante cualquier movimiento. Pero claro, un secreto como la receta, no iba a ser revelado a las primeras de cambio, así que la Sole le hizo a el Suerto un América. Es un recurso, denominado así en el argot cocinero, para evitar el espionaje culinario, y que el pinche en cuestión se entere de los ingredientes y las cantidades que marcan la diferencia entre un buen plato y otro excelente. Consiste en mandar al ayudante que intenta copiar la receta a por agua o cualquier otra tontería, fuera de la cocina. En ese momento el maestro cocinero, en este caso cocinera, incorpora lo que considere oportuno, manteniendo a salvo su secreto, para cabreo del personal, que no se da cuenta del detalle hasta que pasa a la degustación.


Además de las peripecias del rabo del toro, diré que el plato estuvo regado pertinentemente con vino del güeno, previa degustación de unas botellas de sidra asturiana, y que disfrutaron como enanos dándole a la mandíbula. Saldada la deuda, el Suerto ya no tiene más remedio que cumplir el reglamento bracanero: acudir cada jueves con ganas de echar un ratico. Me da que no le va a pesar mucho esa carga tan pesada. Ahora sólo falta que el Nuevo haga lo propio aunque, de momento, no hay fecha para ello... tiempo al tiempo.


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