1 de mayo de 2018

1 de mayo de 2018 - Sin comentarios

Cata ciega en territorio ajeno

De todos los eventos que se celebran en Brácana, que son muchos  e interesantes, uno de los más esperados cada año es la Cata Ciega que organiza el Abertxale de ca Bellío. Aunque estaba prevista para el primer jueves de octubre, esta vez se decidió adelantarla a finales de noviembre, para cumplir dos objetivos: aceptar la invitación cursada por el Pepín Carbonero para visitar Bodegas Cabriñana y también dar cuenta del calendario bracanero en torno al vino.
Como digo, esta vez fue una cata diferente por el lugar de celebración, pero también por los invitados y por el follón que tuvieron que liar para desplazarse hasta la Sierra de Montilla. En las semanas previas, este último aspecto ya generó un intenso debate en los Consejos de Ministros. Al final se acordó realizar el desplazamiento en furgonetas alquiladas, con lo cual se generó un segundo problema: los conductores que harían el inmenso sacrificio de no probar una gota de vino, para garantizar el traslado de los viajeros. Los elegidos fueron mi amo, que hizo corazón de tripas, y el Mejías, habitual de las peregrinaciones a La Fundi, al que esta vez sólo le faltó la gorra de chófer.


Solventado el tema del transporte, que cambió el normal funcionamiento de la cata, también hay que hablar de los invitados. De entrada un año más se contó con la siempre grata presencia de los hermanos Giménez (Fernando y Luis), considerados ya como el duodécimo y el décimo tercer bracanero, por el curriculum que atesoran junto a mis compinches. A ellos, de manera excepcional, se unieron esta vez el Rafa Jiménez y su hermano, junto al gran Pepín Carbonero, que ejerció de anfitrión.


Una vez en Cabriñana, la  Cata comenzó con una pequeña visita a las instalaciones, con parada incluida en la bodega de tinajas. Allí, copa en mano, el personal fue sirviéndose vino a demanda, directamente de los conos. Entre chanzas y anécdotas, el personal fue cogiendo revoluciones, preparándose para la intensa noche que esperaba en torno al vino.


Respecto a la Cata preparada por el Abertxale, respondió a la expectativas. Como suele ser habitual, cada vino estuvo acompañado de una cita literaria, para darle un toque cultural a este evento.

Un vino es ideal cuando uno lamenta haber acabado la botella (Roberto Verino)

Dios no hizo más que el agua, pero el hombre hizo el vino (Víctor Hugo)

El vino mueve la primavera, crece como una planta la alegría, caen muros, peñascos, se cierran los abismos, nace el canto (Pablo Neruda) 

Entre cada uno de los tres vinos catados, que esta vez fueron crianzas particulares, guardadas en el más estricto secreto, fueron cayendo platos de jamón, queso y caña de lomo, aderezados con la opinión de cada uno de los catadores, aportando su visión del vino en cuestión. No relevaré nombres aunque, como dato, sí aportaré que acabaron con todas las botellas presentadas.


Bueno en realidad, acabaron con todo lo que llevaron, y me explico. Los hermanos Giménez Alvear quisieron agasajar al anfitrión con unas botellas de Tres miradas. El caso es que acabaron sobre la mesa y, entre comentarios y alabanzas, también cayeron. Ya apurando en quinta, se desplazaron hasta la bodega de crianza donde el Ministro de Alimentación se presentó con una perola de carne en salsa, para falagar todo el vino ingerido con anterioridad.... pues también cayó.


No contentos con eso, cuando ya le habían dado repaso al mundo, al universo, a los vinos y a la comida, tardaron lo justo en prepararse para meterse entre pecho y espalda unos digestivos. Aquí fue cuando llegó lo que ya se conoce en Brácana como la Noche de la Rebelión de los Chóferes. Mi amo y el Mejías empezaron a salivar como hiena que ronda un ñu y pusieron la pica en Flandes. El primero fue el Pijo del Magreb que hizo mutis por el foro, amenazando al personal con dejarlos en tierra. Cedieron al chantaje el Paticorto, el Luis, el Fernando, el Rafa Jiménez y su hermano y el Abertxale. El resto se quedaron muy a pesar del sufrido conductor restante, que aguantó mecha hasta que ya no pudo más. Me contaron al día siguiente, que emuló al mismísimo Carlos Sainz recorriendo el camino de vuelta que hay entre Cabriñana y Montilla, entre las quejas del personal que, a esas horas, no distinguía ya la diferencia entre una autovía alemana y un camino de cabras.





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