13 de enero de 2016

13 de enero de 2016 - Sin comentarios

Veteranos de guerra

Definitivamente, las aguas parecen hacer vuelto a su cauce en Brácana. La actividad vueve a la normalidad, tras la peregrinación de la semana pasada y el giro temporal hacia la cerveza. De nuevo el vino corre como si no hubiera mañana y la tertulia es de nuevo la tónica dominante de los jueves. El pasado, segundo del mes de noviembre, sirvió para ponerse de nuevo al día, retomarle el pulso a los eventos futuros y, como no, ponerse tiernos a comer y beber. Mis colegas pasaron la última quedada sin invitados, como digo preparando algunas cosillas, como el menú de la inminente cena bracanera, que tendrán dentro de dos semanas en el Restaurante Las Camachas, lugar de trabajo del flamante premio gastronómico de Brácana.



Pero como tras la calma siempre llega la tempestad, una semana después de esta tranquila reunión, llegaron hasta la sede dos nuevos embajadores. Sinceramente, ahora que no nos lee nadie, nada más verlos aparecer tuve la certeza de que sería una noche calmada. El Ppee Márquez y el Pepe Hidalgo, más conocido en la vecina localidad de Montilla como el Sastre, son en apariencia dos sexagenarios que rebosan mesura. Bien vestidos, bien hablados.... pero sobre todo bien bebidos ¡La madre que los parió! Tienen un saque que ya lo quisiera un portero de primera división. Aunque entraron calmaditos, por aquello de no conocer al personal, en menos de los que tarda en persignarse un cura loco ya andaban como Pedro por su casa. Contaban anécdotas, repasaban la actualidad del país, volvían a las anécdotas, apuraban unas copas de vino y, más anécdotas.


Es lo que tiene contar con embajadores veteranos: cuando tú vas, ellos ya vuelven. Especialmente peligroso me resultó el Pepe Márquez. Según escuché por allí, no sólo es uno de los fijos por los antros tabernarios de Montilla, sino que goza de una reputación elevada. Además, llegó con referencias a Brácana porque no en balde, el Pepe Márquez son cuñados, a la vez que suegro y tío político de el Chechu -otro prenda- conocido en los ambientes bracaneros, por su vinculación con el clan de la Bodega San Miguel.
El caso es que ambos sabían la tierra que pisaban, porque llegaron bien cargados a Tierra Santa. Por un lado apostaron por unos litros de Fino El Sastre -chiquito pero resultón, según dijeron- que se zamparon en un santiamén. Mientras daban cuenta del líquido elemento, que no hay que confundir con el agua, el Cóndor Bendito de los Andes nos libre de tal ofensa, salieron algunas tapitas en barra, para cerrar la tanda de entrantes con unos cogollos con ajitos y almendra. Me pareció que andaban un poco flojos para lo que acostumbran a jalarse, aunque pensé que habían bajado el pistón al tratarse de personas de cierta edad.


¡LOS COJONES! Los supuestos abuelos son lobos con piel de cordero. Al margen del vino, llegaron a Brácana con una perola de callos, cocinados por la Conchi, consorte de el Pepe el Sastre, que volcó al personal. De hecho todos se volvieron lobos, cayendo sobre el cocinado estómago de la vaca como si el mundo tocara a su fin en unos minutos.
Como os podéis imaginar, a estas alturas de la noche, el fino el Sastre ya era historia y habían tenido que echar mano de la reserva estatal de Brácana. Así siguieron hasta jalarse el postre y despedir a los nuevos embajadores, dos boinas verdes del alterne, con palique para aguantar en la barra hasta que el vino se acabe.

Por cierto, antes de marcharme. Deciros que esta semana el personal tienen poco tiempo para recuperar. El sábado que viene tienen la cena bracanera de Navidad. Sí, como lo estáis leyendo: en pleno mes de noviembre. Como no tienen jartura, me da que se terminarán la noche en la sede, jinchándose a pelotassos.
Ya os contaré, porque tengo previsto pegarme una voladita por la noche.

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