3 de enero de 2017

3 de enero de 2017 - Sin comentarios

La fauna de Alvear

Quienes habéis tenido la fortuna de pisar la República de Brácana alguna vez, podréis acusar a mis compinches de muchas cosas, pero no de que cada jueves consiguen un ambiente distinto. Bueno, vale. Quizás estoy exagerando, porque alcanzar 334 quedadas distintas es mucha tela. Aunque, en honor a la verdad, es tal la cantidad y el pelaje de los embajadores que han jurado su cargo en este tiempo, que es difícil encontrar dos semanas iguales. Yo personalmente, pío de placer cuando aparece por allí sangre joven, y es lo que ocurrió la pasada semana. Todos ellos, los cuatro personajes que aparecieron por la sede, forman parte de lo que yo denomino 'La fauna de Alvear'. A ver, no me interpretéis mal, que a fin de cuentas yo soy un pequeño animalito y, como tal, apreció a los de mi especie.


Algunas anécdotas he contado del personal que trabaja en la Monarquía de Alvear, incluidos mi amo, el Silencioso y el Pijo de los Balcanes. Aún así no tenía controlados a los cuatro pollitos que aparecieron por la sede -dicho sea con todo el cariño del mundo- sacando pecho desde el pasado jueves ya como embajadores de la República. El Fran Salas, el Carlos Alberto Bellido, el Alejandro Villatoro y el Miguel Portero, volvieron a oxigenar Brácana con sus historias, anécdotas e inquietudes. Especialmente dicharachero me pareció el primero de ellos. Un tipo alto y desgarbado que alternó monólogos con copas de vino, imitaciones con copas de vino, experiencias propias con copas de vino y, entre cosa y cosa, aprovechó para pegarse algún que otro latigasso de vino. Bueno, hablo de el Fran Salas porque fue el que más cascó, con mucha diferencia, en toda la noche. Pero claro, como suele ocurrir, mientras unos tienen la fama, otros cardan la lana. Quiero decir que el carácter modosito del trío restante no redujo el nivel de ingesta de vino, que fue de notable alto, aunque sin llegar al sobresaliente.


Como podéis pensar, buena parte de la charla derivó hacia el día a día en la Monarquía de Alvear. Algunas de las anécdotas me las conozco ya de memoria, por eso no voy a contarlas aquí. A lo que sí le dedicaron tiempo, esta vez más del habitual, es al capítulo de follangueo, que cada jueves anima la República. El caso es que alguno de los nuevos embajadores, no diré quién respetando el secreto de sumario, se vino arriba contando alguna de sus experiencias. El hecho en cuestión no tiene mayor trascendencia. Bueno, para el narrador en cuestión sí. Lo que pasa es que yo flipé con el careto de mis compinches. Hubo quien se descojonaba. Hubo quien puso cara de incrédulo. Hubo quien se mordía las uñas de envidia... vamos, que el follangueo da para mucho.
Con semejante personal en la sede, era cuestión de tiempo que remataran en tablas, a base de pelotassos, porque la gente joven no perdona una. Bueno, la gente joven y el ministro de alimentación, ya con la tarea hecha. Para mojar el fino C.B. se marcó los ya tradicionales platos de jamón con aceite, seguidos de un revuelto de bacalao con patatas paja. Para terminar, plantó sobre la mesa una bandeja de alitas de pollo al horno que, según pude escuchar, aún no ha sido incorporada a la carta del restaurante Lavergy.
Así fueron las cosas, y así se las he contado, que diría el otro. El jueves que viene más, y aquí estaré para contarlo.


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