7 de enero de 2020

7 de enero de 2020 - Sin comentarios

Relaciones con el Condado de Ceballos

Hay una máxima que dice que los que tiene que pasar, pasa. Que sí, que ya sé que es una obviedad. Pero bueno, vamos a ver. Os pongo en situación y lo entenderéis. Es más o menos como un chiste. Van diez bracaneros, el Kichi, los herederos del Ducado de Adamuz y el Manolo Ceballos, además de el Fernando y el Juan, que pasaban por allí, y se meten en una bodega sin fondo ¿Cuál es el resultado? Pues eso, lo que tenía que pasar, un fiestón en toda regla, teniendo en cuenta, además, que la visita al Condado de Ceballos -léase Santa Amalia- fue la víspera del festivo del uno de noviembre.


Si ya lo decían mis compinches meses atrás. Poner quedadas con boinas verdes el día de antes de una jornada no laborable es peligroso. Y vaya si lo fue, porque aquello acabo casi temprano. Digamos tarde, pero por minutos. Era una visita que estaba programada desde hace semanas y anotada con letras doradas en el calendario perpetuo de Brácana. Por ello, puntuales en general, alrededor de la noche ya estaban haciendo el pie de cuba, mirando de reojo las botas que jalonan una de las paredes del Condado de Ceballos.


Hubiera sido una parranda más, de no ser por la cantidad de líquidos y sólidos que corrieron por las mesas. Ya con los entrantes hubiera comido cualquier familia de bien. Pero no, allí el personal parece que cobra por bocados, así que os podéis imaginar: sin conocimiento ninguno. Para que veáis que no exagero: jamón, queso, caña de lomo y tocino de veta pa' reventar; cocktail de marisco; migas con granadas, uvas y rabanitas; carrillada en salsa; potaje de garbanzos... No exagero ¿verdad? Pues el vino se sacaba con jarras de volteo. Lo que viene a ser en consonancia con la comida. Y no contentos con ello, de vez en cuando hacían una incursión al barril de amontillado pa' falagar la comida.


A todo esto, quiero tener una mención especial con los dos abueletes -con todo el cariño del mundo- que participaron en esta orgía gastronómica y enológica, el Fernando y el Juan. El primero de ellos vive habitualmente en Asturias, veterinario ya jubilado, y boina verde de verdad. Coño, que llevó casi el mismo ritmo que estos figuras y eso que les saca unos pocos años. El Juan, es más comedido y, con algún apuro más, también agotó la velada al pie del cañón, loando el saque de vino de mis compadres. Pueda contar muchas cosas, todas buenas por cierto, pero ya sabéis que el secreto de sumario ampara cualquier quedada bracanera. Más aún si cabe en una invitá como la del jueves.


Pues no contentos, a eso de la quinta hora más temprana del día. había quien pedía localizar un sitio para pegarse unos digestivos, mientras el Conde Ceballos gritaba que allí había de . En esas estaban cuando yo ahuequé ala, previendo que la cosa estaba peligrosa. Espero que la semana que viene lleguen todos vivos porque, a este ritmo, igual se queda alguno en el dique seco una temporadita.




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