5 de julio de 2017 -
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Tertulia de traca
Como digo, todos ellos de una u otra manera, son boinas verdes en el arte del comercio y el bebercio. Se tiran como pechitos rubios a la barra y cuesta despegarlos de ella. También contribuye a ello la jatería que se sirve a modo de tapitas. El jueves se abrió al veda de los caracoles, iniciando este ritual tan montillano y cordobés, como bracanero. Es verdad que el tema de los caracoles es una religión. Cuesta que alguien reconozca que los caracoles están perfectos. Siempre les sobra o les falta pique, todavía no tienen suficiente sabor porque es muy pronto, están un poco sucios o, si ya son tardíos, se ha pasado la fecha y ya tienen gusanos. Pero la verdad, tal y como pasó el jueves, es que el personal no para se sorber como si le fuera la vida en ello.
Caracoles a parte, una noche más se pusieron tiernos a beber C.B. y a comer. Junto a los caracoles, el jamón sirvió de aperitivo, mientras que la carne al ajillo y una bandeja de alitas de pollo al horno, hicieron las veces de plato fuerte. Solventados con nota los pilares básicos de la República -comer y beber- sólo me que un apunte más: los embajadores. Ya he comentado que son profesionales de la taberna, que estuvieron divididos en tres grupos. El Cañete y el Manolo en la zona alta de la barra, el Luichi junto a la nevera de priva y el Pino... a su puta bola ¡Menudo personaje! Yo creía que mis compis eran escandalosos, pero qué va. Si contamos nueve bracaneros -sin el Ligre ausente- más cuatro embajadores, baste decir que al único que se le oía en toda la sede era a él.
No lo digo de mal rollo, ¡qué va! Al contrario. El pino se cascó una tanda de anécdotas y chistes que mantuvo al personal embelesado durante buena parte de la noche. Tanto que mientras se zampaban los digestivos de rigor, todavía seguía ere que erre con sus cosas. Otro fichaje para la Tertulia, y van.... ufff, ya he perdido la cuenta.
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