5 de julio de 2017

5 de julio de 2017 - Sin comentarios

Viajar es un placer

Por fin llegó el día que un servidor tiene anotado en colorao en el calendario: la peregrinación anual a La Fundi. Qué queréis que os diga. Desde que este ritual comenzó en el 2013, son ya cinco años en los que la primavera no sería lo mismo sin este viaje a Montalbán. Podría argumentar muchas razones, pero la principal es que el entente Brácana-Juan Castillero, funciona a las mil maravillas.


Los que ya seguís esta bitácora como lectura de cabecera, ya sabréis de qué va la cosa. Fijada la fecha -normalmente el último jueves del mes de abril, aunque esta vez la cosa se ha pasado al viernes para posibilitar la presencia de el Ligre- durante la semana previa llegan los preparativos. Primero los conductores y los coches disponibles. Esta vez, como el Maestro ha causado baja, se necesitaban sólo nueve plazas. El Pichichi puso un carro, como todos los años, y el Ahijao el otro, bajo la condición de que lo llevara y trajera otro -este tío sí que ha espabilado desde que era un pipiolo y bebía coca-cola-. Una vez asignado el reparto de coches, entran en juego los presentes. Cada se va complicando este asunto. Ya han caído diplomas, catavinos, venencias, pavos castellanos... así que esta vez tocó una camiseta de Brácana. No es que sea gran cosa en el plano cuantitativo, pero sí en el emocional. Al Juan sólo le faltó que se le cayeran las lágrimas al verse equipado con el uniforme parrandero de mis colegas.


Por último, una vez solventados los trámites preliminares, sólo queda entrar a matar. En La Fundi se sabe cómo y cuándo se llega, pero nunca cómo ni cuándo se acaba. Sobre todo porque el trasiego de comida y vino es constante durante toda la noche. Para variar, el Juan había preparado jatería -ascuas incluidas- para los regimientos del General Patton, del Mariscal Rommel y de Charles de Gaulle... pero para toda la guerra. Es que no falla. Es hablar de Brácana y encarga del tirón un cochino en embutidos, una vaca en pedacitos y la fruta correspondiente a todas las exportaciones de Brasil. A esto contribuye el que mis colegas no le dicen que no a nada. De hecho, cuando el personal ya iba tierno, el ministro de alimentación empezó a meterle caña a las brasas, para meter la espuela a base de ternera. Con todo esto os podéis hacer una idea del líquido que necesitaron para trituras. Boina verde en estas guerras, el Juan indicó nada más empezar la noche dónde estaban la botas -como si no lo supieran ya- dónde la goma y... a chuparla. Efectivamente la peña se puso a gusto, bebiendo a demanda: que si este está más chiquito, que si está de cojones, que si ahora le damos al amontillado, que si al Pedro Ximénez.... Vamos, como a nadie le importa.


Los más avispados habréis notado que todavía no he hablado del otro personaje de la Fundi: el Negos. No lo he hecho porque no acudió a la llamada bracanera. Eso provocó que la peña ya prepare un nuevo juicio por desacato a la autoridad. Bueno no acudió en hora. Cuando el personal ya estaba en los coches, llegó el susodicho calentando al personal para meterse más tientos entre pecho y espalda. Mis compinches, que ya tienes más muescas que las pistolas de Billy el Niño, aguantaron el tipo, pero sin llegar a pisar de nuevo el escalón de La Fundi. De haberlo hecho, y ellos la saben bien, la noche se hubiera alargado de lo lindo.
Podría contar muchas más cosas pero bueno, que voy a decir ya que no haya narrado en estos cinco años de peregrinación. Os dejo con algunas afotillos que se marcó el Suerto, ante la ausencia de el Maestro. Nos leemos la semana que viene.








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