20 de enero de 2019

20 de enero de 2019 - Sin comentarios

Deuda pendiente saldada

Miedo me da sólo de pensar lo que se avecina en la República. El jueves pasado se cerró el mes de noviembre bracanero por todo lo alto y, como se diría en el argot ciclista, ahora vienen las etapas de montaña. Aunque en realidad, no hay ninguna a lo largo del año que sea de terreno llano, no vamos a negar que hay semanas más tranquilas que otras. Aún así, mis compinches están aclimatando a marchas forzadas porque las últimas tertulias están siendo complicadas (léase, sólo para boinas verdes). Tras la cata de vinos de misa y la visita del cuerpo diplomático de la vecina localidad de Montalbán, tocaba dar cumplimiento a un antiguo acuerdo del pleno bracanero en el que se daba luz verde a iniciar el expediente de nombrar como nuevos embajadores a el Manolo Ceballos y a los hermanos Adamuz, Juan y Antonio.


Es un tema que viene de lejos aunque, por H o por B, se ha ido demorando en el tiempo por motivos de agenda de los invitados o de obligaciones bracaneras. El caso es que hablar de pasado sirve de poco y ya, desde el pasado jueves, disfrutan del visado temporal de la República y del título de embajador de Brácana. Había tantas ganar de cumplir con este trámite administrativo. que desde primera hora la cosa estuvo calentita. El Juan Adamuz dio muestras de ello adelantando a muchos bracaneros en la hora de llegada a la sede. Por allí andaban ya, para variar, el Silencioso, el Ministro de Alimentación y el Abertxale, preparando una nueva noche memorable. Al poco fueron apareciendo el resto del personal, y también los dos invitados restantes, a los que les faltó aterrizar en Tierra Santa con un remolque de dos ejes.


Puede parecer una exageración pero, la verdad, llevamos algunas semanas en las que a los nuevos embajadores se les va de la mano eso de agradecer la invitación. Tampoco nos vamos a engañar, porque allí nadie le hace un feo a la ingente cantidad de comestibles y bebestibles con los aparece el personal semana a semana. Así a bote pronto, que yo recuerde, el jueves aportaron unos litricos de Fino Adamuz y de Fino Santa Amalia, además de un amplio surtido de queso, jamón, lomito curado, cabeza de cerdo y anchoas del Cantábrico. No contentos con todo ello, terminaron de cerrar el apetito con un potaje de garbanzos que, como suele suceder, salvó a más de uno de una alferesía. Por increíble que parezca, dieron cuenta de casi todo, no creáis que con gran esfuerzo, mientras daban repaso a multitud de temas de conversación. Sobre todo, y eso sí que llamó mi atención, se habló del bien mental que hace acudir todos los jueves a la República. La verdad es que ya lo tengo tan asumido que a mí se me hace de lo más normal dejar mis escasos quehaceres diarios, para echar un ratico con mis compinches. Pero empieza a ser una tónica habitual que la gente flipe con el ambiente que se genera en la República y, sobre todo, que salgan de allí aliviados de la vorágine laboral y familiar del día a día.


También se habló mucho de asuntos laborales. Los tres invitados son gente bregada a la hora de tomar decisiones, montando negocios en el caso de el Manolo Ceballos, y continuando la empresa familiar en el caso de los hermanos Adamuz. Valga como denominador común para todos ellos que está muy bien pegarse una fiesta hasta que el cuerpo aguante pero, cuando suene el despertador... al tajo. En medio de charlas por el estilo, pronto se retiró el Juan Adamuz que, al parecer, tenía asuntos que tratar al otro lado de los Montes Bracaneros por los que acabé perdiéndole la pista. Aún así, antes de marcharse, tuvo tiempo de arrancarse por flamenco, jaleado por las palmas, vítores y ánimos del personal. Los que no perdonaron los digestivos fueron el Antonio y el Manolo que aguantaron el ritmo más allá de la segunda hora más temprana del día.


Cuando echaron mano del reloj ya era tarde, con más de una cara descompuesta al calcular cuántas horas de sueño quedaban por delante. A pesar de ello, en el fragor de la batalla, se pasaron una vez más por el arco del triunfo las normas bracaneras. Alguna vez he contado que para no saturar más el calendario, colgaron en la puerta una máxima que dice Cuando sos vayáis no mos habléis. Pues bien, ya han quedado para devolver visita a Villa Adamuz y darse allí unos tientos. Vamos, lo que viene a ser no tener jartura... Lo que sí cumplen cada año con sus cometidos son los pequeños bracaneros, vástagos de el Paticorto. Una vez más acudieron a la sede para celebrar su cumpleaños, con el ya tradicional bizcocho de chocolate de la Marina. No bebieron vino, pero ya empieza a ser una cuestión de tiempo...


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