20 de enero de 2019

20 de enero de 2019 - Sin comentarios

Hermanamiento Brácana-Montalbán

Si el pasado fin de semana la cosa fue de vinos de misa, este jueves mis compinches bracaneros han tirado de lazos de hermanamiento para cumplir la penúltima reunión del mes de noviembre. De todos es sabido que la población bracanera guarda una estrecha relación con el pueblo vecino de Montalbán. Sus habitantes han visitado la República en más de una ocasión, tendiendo lazos sociales y comerciales, que tienen su reflejo en el tránsito constante de viandas entre ambos territorios. Algo así sucedió la semana pasada con la visita de tres personajes, a cual más peculiar, llegados desde la localidad que se encuentra al oeste de los Montes Bracaneros.


El Paco Bascón, el Javi Gálvez y el Antonio Mariscal pisaron por primera vez Tierra Santa, acompañados por el Kichi aunque, esto último ya no es noticia en Brácana por sus continuas idas y venidas. El nombre de los dos primeros no me resultó familiar, pero sí el último. Para mí que en alguna Tertulia anterior ha salido a la palestra y lo comprendí en cuanto pasó el umbral de la puerta. Antonio Mariscal es un tiarrón de doscientos metros largos que durante años jugó como pívot del equipo de baloncesto de Montilla. De hecho compartió vestuario con el Kichi y ahora comparte con él horas de barra y conciertos por esos mundos del Cóndor Bendito de los Andes. Aprovechando la presencia de el Mariscal, se habló mucho de baloncesto como os podéis imaginar, aunque eso tampoco es una novedad. Del ascenso a EBA logrado por el equipo de Montilla ante Cambados, con el pívot montalbeño y el Kichi como jugadores, pero sobre todo de una pasión para esta gente como el deporte de la canasta.


El caso es que el trío montalbeño es habitual de las fiestas y saraos 'moernos' que se organizan por la comarca, así que era cuestión de tiempo que aterrizarán en Brácana. Encajaron bien porque desde el primer momento los vi integrados, más aún cuando el vino corría de jarra en copa como si el apocalipsis estuviera a la vuelta de la esquina. Como curiosidad, esta vez llevaron algún producto autóctono como una crema de cebolla negra que se elabora en Montalbán. Jamón, salchichón, paté y caña de lomo fueron los entrantes para la noche del sábado que se cerró, en el plano culinario, con unas gulas con patatas y huevo. Todo iba bien hasta que volvieron a sacar PELOTAS NUEVAS. Es un grito de guerra al que todavía no le he cogido el punto porque, que yo sepa, esta gente juega al pádel de año en año, lo mismo con una bola reglamentaria que un balón de rugby. El caso es que cuando lanzan al aire esa consigna el personal se ponen como las motos. Según parece, los invitados del jueves conocen un término similar relacionado con algo de pizquitos, que infunde un ánimo parecido allí, en Montalbán.


En esta tesitura andaban cuando, entre el descontrol generalizado, las luces se apagaron, los enigmáticos se plantaron en la barra y aquello acabó como las películas de Berlanga: tenedores volando, copas que misteriosamente se suicidan y cosas por el estilo. Pasada ya la primera hora más temprana del día, el personal empezó a desfilar con algún percance a la salida ante el suelo deslizante de la acera, por culpa de la lluvia, no por el vino ni los enigmáticos, que conste.



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