20 de enero de 2019

20 de enero de 2019 - Sin comentarios

Diáspora vinatera

Esta semana vamos a hacer un 2x1. Hace quince días estrenamos el mes de diciembre y, como marca el reglamento bracanero, no hubo invitados para ajustar cuentas y programar las semanas venideras, que se presentan de lo más movidito. Como en la localidad vecina de Montilla el jueves era festivo decidieron pasar la quedada al miércoles y ya de paso colocar los ya habituales adornos navideños.


Como decía, poco que contar de esa jornada, pero sí del siguiente día bracanero. El 13 de diciembre, ya a las puertas de la Navidad, tomaron las de Villadiego y abandonaron la sede para llevar a cabo una vez más la tradicional Cata Ciega. El año anterior ya lo hicieron en Cabriñana y en esta ocasión la han llevado a cabo en Lagar Cañada Navarro. Para empezar, decir que fue una cata concurrida. Además de los once bracaneros, acudieron los hermanos Giménez, Luis y Fernando, el Juan Castillero, el Pichichi y los hermanos Jiménez, Manuel y Santiago, estos dos últimos como anfitriones. Para el desplazamiento alquilaron dos furgonas para evitar sustos en la carretera, con conductores abstemios para la ocasión, lo cual no deja de ser una paradoja inquietante en Brácana.


La primera de ella partió con el Ministro de Alimentación con la idea de preparar la jatería. Los que ocupaban la segunda, en la que me encalomé yo sin que se dieran cuenta, se encontraron con que faltaban los asientos de atrás, así que tuvieron que retrasarse hasta solucionar el problema. Cuando llegaron al Lagar, los primeros viajeros ya se habían dado un latigasso. Por tanto, para equilibrar, los último en llegar se apresuraron copa en mano a coger el nivel del resto. Antes de la Cata propiamente dicha, hubo una visita al Lagar. Aunque sería mejor precisar que se ajustó únicamente a la bodega de tinajas. Y es que el vino del año está mu güeno, pero en el sitio apropiado y con unas tapitas bien elegidas entre morcilla y otras viandas por el estilo, pues mucho mejor.


De ahí saltaron a la pequeña sacristía que hay en Cañada Navarro y, una vez más, fue el Abertxale el que tomó las riendas del evento. Tres vinos se cataron, todos ellos de bodegas y lagares de la zona, de las que no diré el nombre para no herir susceptibilidades. No obstante todos coincidían en que los vinos aportados eran pa boinas verdes. Que si olor a caño, que si se te clavan las uñas en los zapatos, que se te abre la navaja en el bolsillo... cada vino catado dio para una retahila de dichos, habituales en Brácana, aderezados por las opiniones más enológicas de los hermanos Giménez y Jiménez. Entre halagos y críticas que también las hubo, se metieron entre pecho y espalda las seis botellas -dos por cada uno de los tres vinos catados- y se fueron al otro Sancta Sanctorum del Lagar... la cocina.


Allí ya llevaba tiempo trapicheando el Ministro de Alimentación, que sorprendió a todos con una pulpo a la gallega para empezar y una carne mechada para empapar el vino ingerido. A todo esto, para rematar en tablas, los anfitriones sacaron un amontillado de la casa que provocó algún que otro desaire al fino, con el consecuente cambio de tercio. Del viaje de vuelta mejor no hablar porque, salvo los conductores, el resto del personal iba en quinta apurando para meter sexta. Mención especial merece el paso por el Arco de Santa Clara de la segunda furgona, ya en Montilla. Cruzó entre vítores del personal, dio caza a un Patrol de la Guardia Civil y hubo incluso quien pedía echarles las largas para adelantarlos.
Menos mal que los conductores son gente prudente...


0 comentarios:

Publicar un comentario